Hace tiempo se publicó en un periódico de tirada nacional una serie de fotografías en las que de nuevo nos mostraban cómo una persona moría tras un tiroteo.

Con las nuevas tecnologías estamos llevando la información hasta puntos en donde nunca un equipo periodístico habría llegado antes. Con los móviles somos capaces de llegar, tomar un par de fotos, redactar un texto, y enviarlo casi en el mismo momento en el que la noticia está ocurriendo. Y eso nos permite estar mucho más al día de lo que ocurre no solo en nuestra localidad, sino en todo el mundo. La primavera árabe fue un claro ejemplo de la ayuda que supuso la capacidad de movilización por un (aparente) bien mayor y más universal.

No es este el lugar de la crítica, sino de la reflexión y es que las preguntas surgen solas, porque donde exigimos rapidez en la información, ¿es necesario verlo todo?, ¿no nos basta con saberlo?, ¿somos capaces de asimilar tantísima información de dolor, imágenes de sufrimiento o vídeos de violencia? Ver, oír o leer tanta información sobre el sufrimiento en el mundo nos regala un principio de realidad mundial, pero ¿no nos hace, a la larga, insensibles, ciegos o sordos ante los que no son noticia y están a la vuelta de cada esquina y con quienes nos cruzamos todos los días? ¿no estaremos olvidando a los últimos del Reino por la urgencia de actualidad?