Cuando en el extranjero digo que soy de España, inmediatamente me preguntan por la crisis, los políticos, la monarquía y la iglesia. Pareciera que estamos en un tiempo en que se desmoronan poco a poco las estructuras de lo público y no queda institución sin cuestionar.

No hay semana sin escándalo, ni partido, institución, o grupo mediático que no termine salpicado. La sensación es terrible. Nos estamos quedando sin verdades ni referentes públicos. Llevamos demasiado tiempo aireando la vileza y egoísmo de muchos, la incoherencia y fragilidad de algunos, y la prepotencia y maldad de otros. El peligro, bien real, es la intoxicación, el efecto de cuestionamiento constante a la integridad moral de las personas. Ya casi parece que lo normal es aceptar sobres, sacar provecho de mi cargo, o doparme para rendir más, y simplemente “porque lo hacen todos.”

Así que me encantan las manifestaciones, no como medida de presión social, sino sobre todo por lo que tienen de decirnos y gritarnos que somos muchos los que no estamos de acuerdo y que nada de lo que está pasando es normal ni se justifica. Por eso yo también quisiera gritar que, a pesar de todo, nuestro compromiso personal por la sociedad y el futuro sigue intacto. Ahí nos la jugamos todos, y eso no saldrá en la prensa. Y es que nuestro horizonte depende no sólo de los recortes, las denuncias, los desahucios o los sobres sino también de cómo entiendo yo un estilo de vida austero, cómo afronto las necesidades de mi vecino, y en qué medida soy justo en mis decisiones. Al final, en lo más hondo, es la integridad personal lo que nos salva, la piedra angular del futuro. Que lo haga mal todo el mundo duele y decepciona, y cuando es en cargo público cabrea e incluso indigna. Pero nunca puede ser excusa. Al final, nada de esto resta ni una pizca de valor al esfuerzo, honestidad, austeridad, solidaridad y justicia como valores sobre los que se construye un pueblo. Así que sigamos gritando, pero también por el compromiso personal, pues sólo así, desde la opción y los valores individuales, podremos reconstruir una sociedad en que cada vez quedan menos estructuras en las que depositar la esperanza.