Llegó septiembre, el mes de la vuelta a lo que muchos consideramos nuestra rutina. Vuelta  a la ciudad, al trabajo, al cole, a la guarde, a la universidad, a buscar qué hacer, a nuestro color de piel, desayunos acelerados, atascos, fines de semana, etc...

Este inicio de septiembre me sorprende en Bogotá. Los compañeros de Fe y Alegría Colombia me invitan a visitar dos escuelas al sur de la ciudad. Llegamos a Soacha, donde la mayoría de familias son desplazados por la violencia que sufre este hermoso país y que cala hasta los huesos. El cole de FyA en Soacha tiene cerca de 1400 alumnos y alumnas, 1400 vidas golpeadas por esta violencia por momentos invisible, pero que al cabo de tres horas puedes ver en cada cicatriz sobre la piel o en los ojos. No disponen de agua por lo que no pueden tener cocina, y eso para algunos significa no comer, otros tienen algo de más suerte y traen algo de casa en la mochila.

La familia se ha ido deshaciendo y muchos de estos pequeñajos están de verdad solos. Madres y padres muy jóvenes, que terminan separándose y encontrando otras parejas con las que tendrán más hijos o simplemente convivirán. Madres solas cuyos maridos han sido asesinados en la última “limpieza” del barrio. 8 padres en el primer semestre. Un niño que junto a los papeles para ser admitido en la escuela presenta artículos de prensa con el asesinato de sus padres, y así uno tras otro.

 La rutina es violencia, miedo, golpes, tiros, embarazos tempranos, soledad, y desde hace un tiempo a esta parte atención, cariño, fe en cada uno de ellos, acogida, aprendizaje, diálogo, escucha. En FyA los niños no están en tal o cual clase, están en tal o cual comunidad. Cada aula es una comunidad con nombre, líderes, responsables, donde todos cuidan de todos. 

 Antes de irme le pregunto a Marina, la directora, cómo se combate esta violencia tan metida en los huesos, y me responde tajante, sin dudar, la única manera es amor y cariño. Bendita rutina agradecida allá donde cada día de cole es un aventura que no sabes donde acabará.