A veces es en soledad donde se produce el encuentro. A veces tenemos que ser islas, y refugiarnos en el silencio. Pensar, para que la vida no vaya demasiado rápido. Rezar, aunque no siempre haya respuesta. Enmudecer, para que suenen dentro de nosotros voces que, de otro modo, permanecen calladas. Es en la soledad del trabajo, de la prisa, de la limitación, del cansancio, donde también podemos encontrar a Dios y, paradójicamente, aprender a relacionarnos con los otros.

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La desnudez que nos hace fuertes
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«El Señor me respondió: Te basta mi gracia; la fuerza se realiza en la debilidad» (2Cor 12)

 

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No hay que ser perfectos, ni dioses, ni máquinas. No importa equivocarnos, ¿quién no se equivoca nunca? El reto es aceptar la limitación como semilla de plenitud, como espacio en el que nos encontramos unos con otros. De hecho es nuestra fragilidad el puente que nos permite abrirnos a los demás desde la confianza y la aceptación. Muchas veces el primer lugar donde tenemos que abrazar esa pequeñez es cuando estamos solos, con Dios como único testigo, sin querer demostrar nada  a nadie. Y, entonces, aprendemos que la fuerza se realiza en la debilidad.

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¿Dónde te ves más desnudo, más frágil?

¿Descubres ahí atisbos de una fortaleza diferente?

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Yo te fui desnudando

 

Yo te fui desnudando de ti mismo,

de los «tus» superpuestos que la vida

te había ceñido...

Te arranqué la corteza -entera y dura-

que se creía fruta, que tenía

la forma de la fruta.

Y ante el asombro vago de tus ojos

surgiste con tus ojos aún velados

de tinieblas y asombros...

Surgiste de ti mismo; de tu misma

sombra fecunda, intacto y desgarrado

en alma viva...

 

Dulce María Loynaz

 

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El silencio que nos abre horizontes
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«Bueno es Yahveh para quien en él espera, para el alma que le busca. Bueno es esperar en silencio la salvación de Yahvéh»(Lam 3)

 

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Vivimos muy deprisa. Tan rodeados de estímulos, ruidos, ritmos, voces… y sin embargo un poco a la intemperie, zarandeados, llevados de un lado para otro sin casi darnos cuenta. Empujados por las rutinas, seducidos por las novedades, inquietos por las carencias… 

Hemos de tomar las riendas de nuestras vidas. Saber a dónde vamos. Saber qué queremos. Buscar con criterio, para poder reconocer en el camino aquello a lo que aspiramos. Por eso tenemos que pararnos a veces. Callar. Y, en esa soledad, descubrir un horizonte que nos ayude a vivir en plenitud.

 

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¿Tienes espacios de silencio habitado en tu vida?

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Solitario invencible

 

Resbalando

como canasta de amarguras

con mucho silencio y mucha luz

Dormido de hielos.

Te vas y vuelves a ti mismo.

Te ríes de tu propio sueño

pero suspiras poemas temblorosos

y te convences de alguna esperanza.

 

La ausencia, el hambre de callar,

de no emitir más tantas hipótesis

de cerrar las heridas habladoras

te da un ansia especial

como de nieve y fuego.

Quieres volver los ojos a la vida, 

tragarte el universo entero.

Esos campos de estrellas

se te van de la mano después de la catástrofe

cuando el perfume de los claveles

gira en torno a su eje. 

 

Vicente Huidobro.

 

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La soledad que no duele Imagen 1
Imagen 3
La soledad que no duele Imagen 1
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