Quien más, quien menos, todos tenemos nuestro escenario y nuestra trastienda. Como en los teatros, como en  los comercios, como en casa cuando hay visita, el 'escenario' es lo que se ve, lo que está preparado para enseñar, para gustar, para dar buena imagen. En la trastienda, en cambio, están las cosas más desordenadas, tal vez más improvisadas, y se mezcla bueno y malo, limpio y sucio, orden y desorden.

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La buena imagen
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Jesús le dijo: «Ya sabes los mandamientos: No mates, no cometas adulterio, no robes, no levantes falso testimonio, no seas injusto, honra a tu padre y a tu madre». Él, entonces, le dijo: «Maestro, todo eso lo he guardado desde mi juventud». (Mc 10, 18-20)

 

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Dejar ver lo bueno es una primera opción. Vivo muchas veces teniendo que demostrar. Supongo que es muy humano, esto de querer «dar una imagen» lo mejor posible de uno mismo. Y según los valores que tengas quieres hacer ver una u otra cosa. El que ama el dinero quiere mostrar opulencia. El que ama el placer tiene que demostrar que goza y vive en una fiesta perenne.  Quien valora lo físico cuida su estética para exponer su mejor cara (o cuerpo). El que persigue el bien quiere ser virtuoso. El obsesionado por el orden transmite eficiencia y el que ama el poder  se representa tan enérgico como puede.

Sospecho que esto no hay quien lo cambie. ¿Quién querría enseñar lo 'peor'? ¿Quién querría exponer lo 'malo'? ¿No sería un tipo de exhibicionismo impúdico? Pero nuestra verdad es más que eso, y en su dolor, más hermosa.

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¿Qué es lo que espero yo que vean otros cuando me miran?

¿Qué es lo bueno? En el fondo, ¿qué es lo que valoro?

¿Qué es lo que ama el que quiere mostrar a Dios?

 

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Canción

 

Nunca fue tan hermosa la mentira

como en tu boca, en medio

de pequeñas verdades banales

que eran todo

tu mundo que yo amaba,

mentira desprendida

sin afanes, cayendo

como lluvia,

sobre la oscura tierra desolada.

Nunca tan dulce fue la mentirosa

palabra enamorada apenas dicha,

ni tan altos los sueños

ni tan fiero

el fuego esplendoroso que sembrara.

Nunca, tampoco,

tanto dolor se amotinó de golpe,

ni tan herida estuvo la esperanza.

 

Piedad  Bonet

 

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Ante Dios, yo
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«Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; basta que lo digas de palabra y mi criado quedará sano» (Mt 8, 8)

 

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Quizás a muy pocas personas les dejamos entrar en nuestra intimidad más profunda. Compartir, si no todo, al menos mucho… Conocernos en nuestras contradicciones, en las incoherencias, en las frustraciones y los anhelos, en los miedos y las esperanzas más hondas, dejarles ver aquello que nos enorgullece y también lo que nos asusta o avergüenza.  Es importante dejar entrar a Dios en esa trastienda… Donde nuestra verdad es frágil y fuerte a un tiempo. Donde no hay que andar con justificaciones ni explicaciones… donde la comunicación es mucho más sencilla, y consiste en dar las gracias y reir por lo que de verdad te alegra, o pedir ayuda, o dejarse consolar, o sollozar cuando estás roto; y saber que no estás solo… Es ahí, en ese espacio, donde Dios puede enraizar en mi vida, y sanarla, y convertir mi corazón en corazón de carne.

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¿Ante Dios rezo desde esa intimidad más honda?

¿Qué le pido o de qué le hablo cuando me siento más desnudo ante él? 

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Barro

 

Como un ánfora de barro mi corazón se llena

cada día de Ti. Cada día que pasa

más y más Tú te adueñas de mi frágil vasija

dándome desde adentro tu luminosa altura.

 

Mi voz tan quebradiza atalaya las tuyas.

Estoy marcado en medio del alma  por tus manos,

Alfarero tan íntimo, arcilla de los arroyos

que me salpican siempre melodiosos cantares.

 

¡Qué frágil es mi barro para que Tú lo mires!

Qué fuerte tu ternura para que no me raje.

Cómo sabes amarme sin que yo me haga añicos.

Sólo Tú me has cocido para tenerte dentro.

 

Señor, hasta los bordes de mi arcilla  pequeña

lléname cada aurora de tu luz infinita.

Que no quede ni un hueco de mí mismo jamás

para otra sed distinta de la tuya. Dios mío.

 

Valentín Arteaga

 

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Con Dios en la trastienda Imagen 1
Imagen 3
Con Dios en la trastienda Imagen 1
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Imagen 4
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