Hace poco leí un artículo sobre el final de la red social Tuenti, que tanto usamos y pronto olvidamos. El subtítulo del artículo me resultó especialmente llamativo: “En Tuenti no parecíamos, en Tuenti éramos. Sin filtros.” Recordando las fotos de mi propio Tuenti creo que tampoco era buena la absoluta falta de filtros a la hora de subir y compartir fotos. No tanto por la calidad de edición de la imagen, como por el contenido. Estábamos dando los primeros pasos en las redes sociales y no teníamos criterios de qué fotos compartir y cuáles no.

Sin embargo, no ofrecíamos una realidad decorada, era, como dice en el artículo, contenido puro. Si ahora piensas en las fotos que has visto de las vacaciones de tus amigos, de la familia... en las que tú mismo has compartido, quizás te des cuenta de que ese amanecer no eran tan idílico. Que ese paseo por aquella montaña no fue tan divertido porque estaba todo lleno de bichos. O que haciendo el Camino te salieron ampollas por culpa de esas botas llenas de polvo que compartiste en Instagram. Quizás esa pequeña parte de la realidad, más incómoda, que ofrece una imagen no tan envidiable por otros no aparezca en tus fotos, las que has visto y subido.

Ahora es tiempo de reencuentros. Ya no hace falta contarse mucho el verano y lo que hemos hecho cada uno. En general, ya tenemos esa información porque nos hemos seguido por las redes. Pero quizás sí sea un buen momento para compartir también esa parte de la realidad que a lo mejor les resta aura a las vacaciones pero que nos ayuda a relativizar las comparaciones y a darnos cuenta de que lo importante es lo que nos podemos contar, por encima de cómo nos lo contamos. Salir de la invitación a impresionar a quien nos oye, quien nos sigue, a parecer por encima de sencillamente ser. Para poder compartir auténticamente nuestras experiencias y no sólo los filtros que manejamos.