Jude, camerunés de 24 años, huérfano desde los 10, con dos hermanas, una de las cuales está tan enferma que necesita de alguien que la cuide día y noche. A los 14 años deja de estudiar para empezar a trabajar y poder ayudar a sus dos hermanas. A los 21 decide partir hacia Europa, donde poder trabajar durante el tiempo necesario para ahorrar algo de dinero y regresar a Camerún para montar algún negocio que le permita mantener a sus dos hermanas. Tres años en Marruecos malviviendo en los asentamientos que cientos de subsaharianos establecen en los bosques de los montes cercanos a la valla de Melilla, en las proximidades de Nador. Tres años de ir acumulando el dinero suficiente para que las mafias le consigan plaza en una patera que le lleve a Europa. Tres años en los que conoce a su mujer y en el que nace su primer hijo, Júnior. Diez meses después de su nacimiento, Jude consigue el ansiado billete hacia un mundo mejor. Deja allí mujer e hijo y llega en patera a Málaga. El SJM (Servicio Jesuita a Migrantes) se las arregla para conseguir que llegue a Barcelona, donde le conozco. Con grandes heridas causadas por las dificultades de los años pasados, con la incomprensión de las burocracias que se le echan encima en un idioma que no entiende, con el miedo de no saber si conseguirá reencontrarse con su mujer e hijo, con la sospecha de que lo que comienza en este nuevo mundo va a ser más hostil y difícil de lo que creía... pero Jude sigue adelante, confía en Dios y en la humanidad de las personas.

Lleva apenas veinte días por Barcelona. Una familia y dos comunidades religiosas le han ido abriendo sus puertas para que tuviese techo y una cama que le evitase dormir en la calle. Personas concretas le han ido acompañando para comenzar a aprender el español, para acceder a los servicios sociales disponibles, para comenzar los trámites legales que le permitan regularizar su situación, para establecer vínculos que le permitan no sentirse solo, para contactar con su mujer y poder ayudarla a cruzar el estrecho...

Son rostros concretos, con nombres y apellidos, que no quieren tener que preguntar aquello de «Señor ¿cuándo te vimos forastero y no te hospedamos?» Son quienes van dado cumplimiento a las esperanzas de Jude. Son quienes mantienen viva la esperanza de tantos que deseamos que el niño-Dios que nos viene, esta vez sí que encuentre posada.