La vergüenza de los abusos sigue tocando nuevos ámbitos de nuestra sociedad occidental. Hace años fue la Iglesia y la política, estos últimos meses han sido el cine y el deporte y parece que los últimos casos apuntan al mundo de la cooperación internacional. Afortunadamente se ha pasado de la política de resolver los asuntos de espaldas a la opinión pública, a sacar la verdad a la superficie en el proceso de hacer justicia. Aunque la imagen de estas instituciones quede dañada, para que una herida cure es necesario limpiar a fondo y no dejarla cerrar en falso.

El mundo de la cooperación internacional no es un mundo perfecto –básicamente porque es humano–. En cuanto la erótica del poder y del dinero emergen, las consecuencias pueden ser catastróficas, llegando incluso a traicionar la propia esencia de una organización. Es necesario afirmar que es una barbaridad, una vergüenza y una gran contradicción para las ONGS afectadas, pero no debemos tirar el agua con el niño dentro. No podemos negar la tarea –imperfecta pero necesaria– de tantas organizaciones que no solo son conciencia de nuestra cultura, sino cauce de ayuda y ejemplo de instituciones que buscan sanar la humanidad. Es verdad que son siempre mejorables, pero sigue habiendo millones de personas que precisan de su ayuda y de su compromiso. Pero también nosotros, los que tenemos una vida privilegiada, necesitamos referentes que sean ejemplos de servicio y compromiso lejos de nuestras fronteras.

Hace más ruido el árbol que cae que el bosque que crece en silencio. Más allá de los titulares, las críticas –más o menos justas– y el dolor producido, no podemos olvidar que sigue habiendo miles de cooperantes repartidos por los cinco continentes trayendo la esperanza. Gente movida por su fe o por su conciencia que se deja su juventud, su salud y sus sueños por ayudar al prójimo. Personas, que desde el amor más desinteresado, nos demuestran con más obras que palabras que otro mundo es posible. Al menos, a muchos de nosotros, nos siguen inspirando.