Es curioso cómo te llamamos de formas tan diferentes que, a veces, casi resulta contradictorio. Eres el manso, nos hablas en lenguaje de bienaventuranza; eres el Dios del amor, el príncipe de la paz… pero al mismo tiempo nos pones en disposición de luchar, de afrontar la tormenta y pelear por lo que merece la pena. Sé tú, Señor, nuestra fortaleza.