El pescador de hombres y el pescador de peces no se parecen en que los dos pesquen. Que Jesús dijera «Desde ahora serás pescador de hombres…» no quiere decir que la labor principal del cristiano sea pescar paisanos-as. Hasta mi madre me recuerda a veces que soy pescador de hombres; que no vaya tanto a pescar (peces, se supone). Ser pescador no implica necesariamente que pesques, al menos siempre.

En la pesca a veces el día se te da bien: madrugas, viajas, llegas al río, te pones en faena con toda la artillería a punto, 3-4-8-10 horas y al final de la jornada con sus almuerzos y tal, has cogido alguna pieza (2-3) y hasta has tenido alguna anécdota, para contar (aunque sabes que no creerán el pedazo de trucha te ha picado y justo se ha escapado en la orilla ¡demonio!). También es muy frecuente –más de lo deseable–, que hagas todo eso y consigas lo que se llama un bolo, es decir, que no hayas cogido ni una trucha: doce horas en el río, has lanzado al menos dos mil veces el sedal… En la hora sexta (tan bíblica) te pareció que algo picaba… te dejaste el agua en el coche y terminas el día sin fuerza alguna, sudado, cansado, buscando una excusa externa a ti que explique tal fracaso.

Aun así, y aunque esto se repita mucho más de lo deseado, vuelves hablando de la pesca; a veces en la cama aún piensas que te podía haber picado un pez grande y lo que hubieras disfrutado sacándolo; y a la semana, cuando vuelves a pescar lo haces con las ilusiones intactas, pensando que al segundo lance vas a notar tremenda picada que te va a provocar una taquicardia de aquí te espero. Los grandes y repetidos bolos, no minan ni un ápice tu ilusión. No pescaste casi nada en la temporada, pero llega el invierno y empiezas a preparar los trastos de la pesca con la ilusión de un novicio. La ilusión te la da el que estás ahí, a la orilla del río, y puedes pescar porque estás en la orilla y en cualquier momento puede pasar y el río siempre es bonito, sobrecogedor. Estar ahí ya es bastante, eso es ya un premio, y a veces hasta pescas.

En la realidad de la pesca es donde hay parecidos con el Reino (el pesca-hombres): también haces largas jornadas, con mil lances y todos los cebos del repertorio puestos a prueba; ¡y cuántos bolos! Cuántas jornadas vuelves a casa con las manos vacías. Si tu ilusión la basas en las piezas cobradas (tus éxitos pastorales) vas de cráneo en el mundo que nos ha tocado vivir. Si te hace ilusión estar en la posibilidad, al borde del río, con alguien (o Alguien) a quién poderle contar tus verdades y tus mentiras… a veces los peces no son tan importantes. Si al día siguiente vuelves como nuevo, como si lo del día anterior no ha sido un fracaso rotundo, que no te ha restado ilusión, podrás llegar a viejo siendo pescador (de hombres), si no es así, corremos el peligro de abandonar.

Estar aquí, en esta tarea, con Él y salir a intentarlo, es el núcleo de la vocación cristiana ¡y a veces hasta pescas!