Dicen que el ritmo es la parte de la música que se asocia con lo físico, con lo instintivo, como la melodía al sentimiento y la armonía a la inteligencia. Los hay que se emocionan al oír una canción. Los hay que la analizan, la desmenuzan. Estamos también los que vibramos, a los que parece que se nos despertara el cuerpo. Ninguno de estos casos se da en estado puro. Como en todo, existen los perfiles 'mixtos'. Tenemos parte de cada una de estas reacciones, aunque una de ellas sea la que se desencadena en nosotros con más frecuencia.

Centrémonos en el ritmo, más allá de la música. La naturaleza tiene sus ritmos: el del día y el de la noche, las cuatro estaciones, el crecer de las espigas, el canto de los pájaros, el transcurrir del río… Nuestra vida tiene los suyos y estamos llamados a distinguirlos. Si estoy embarazada, viviré a un ritmo; si enfermo, descubriré otro distinto; quien hace un duelo por una separación o por la muerte, llevará otro; y otro distinto el enamorado. La amistad, el estudio, el trabajo… marcan ritmos diferenciados. No se puede comparar el ritmo del niño y el del anciano, el del adolescente y el del adulto (aunque es cierto que a veces nos adivinamos reviviendo tiempos pasados o anticipando los que están por venir). Es distinto el ritmo del Sur y del Norte, y el de sus gentes. Pero en la vida, como en la música, nos podemos adaptar a las circunstancias y, si nos cambian de canción, adaptar el movimiento. Dos personas ante una misma realidad no tendrán por qué vivirse acompasadas. Cada una, con su carga genética, con sus compases aprendidos, quizá bailen como si escucharan distintas músicas. Hay para quien el amor es una balada, y para quien es más bien un rock and roll. Y a pesar de todo, o gracias a eso, bailan.

Si queremos recorrer junto a otros este camino de la vida (en la que se recomienda no bailar “suelto”), serán muchas las ocasiones en las que tendremos que convertir nuestro waltz en cha-cha-chá, nuestra carrera en paseo (a quien no le guste el baile). Quizá pueda ayudar agarrarse de la mano, del brazo o de la cintura, si se da el caso, y dejar que sea Dios el que marque nuestro paso.